...de hecho, el mundo del yo crece a base de aprehender el mundo de lo social. No es un mundo más, es un mundo frente a otro... Por un mundo en el que quepan muchos mundos... PAZ.
24.9.12
Totum Revolutum: El Fauvismo, la impetuosa tormenta del color. Kees...
Totum Revolutum: El Fauvismo, la impetuosa tormenta del color. Kees...: Color, color y más color. Eso es lo que define a la pintura fauvista. Ni el encuadre, la perspectiva, la luz y la sombra, el volumen, impor...
21.9.12
Grandes fotógrafos de moda: Guy Bourdin, Stephen Meisel, Helmut Newton
Lo Mismo y lo Otro
Siempre me sorprende lo que el ingenio y el arte logran hacer con la materia.
Como explicó Juan Muñoz: "Sólo tienes un mundo material para explicar otro mundo material, y el espacio interticial es el terreno del significado" (Conversaciones entre Juan Muñoz y James Lingwood, Monólogos y diálogos. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 1996)
"La búsqueda del Otro es una y huir de la novedad de nuestro Yo cambiante"
Thomas McEvilley
Siempre me sorprende lo que el ingenio y el arte logran hacer con la materia.
Como explicó Juan Muñoz: "Sólo tienes un mundo material para explicar otro mundo material, y el espacio interticial es el terreno del significado" (Conversaciones entre Juan Muñoz y James Lingwood, Monólogos y diálogos. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 1996)
Guy Bourdin
Stephen Meisel
Helmut Newton
"La búsqueda del Otro es una y huir de la novedad de nuestro Yo cambiante"
Thomas McEvilley
...escalofrío...
¡Hay cosas peores que la muerte, ese escalofrío que me da el sinsentido… ?
Sobre la melancolía...
Un artículo que me parece muy bueno, sobre la melancolía como un estado de ánimo en el que sientes el sinsentido de la vida para luego encontrarlo, luego del salir del hoyo, del fango, del vacío hacia la vida y disfrutar...vivir.
"La
melancolía:
una
depresión
cultural."
En La
jornada
semanal
núm.
254, 25
abril,
1994.
La
melancolía
es
el
dolor
peor,
porque
es
el
dolor
de
vivir,
de
tener
el
cuerpo
vivo
cuando
la
realidad
se
ha
muerto;
y
entonces
el
alma
duele
en
el
cuerpo.
Es
el
vacío
o
la
nada
que
se
mete
tras
la
piel
ocupando
todo,
de
tal
manera
que
ya
no
caben
ahí
ni
las
medicinas,
ni
las
explicaciones,
ni
la
esperanza,
ni
las
ganas
de
sanarse.
Se
está
alegre
por
algo,
se
está
triste
por
algo,
y
eso
se
puede
arreglar,
pero
se
está
melancólico
precisamente
por
“nada”.
La
melancolía
no
tiene
causas
porque
surge
cuando
se
acaban
las
causas.
Es
relativamente
cómodo
cargar
con
un
estómago
ulcerado
porque
cuando
menos
hay
suficiente
espacio
dentro
del
cuerpo,
pero
los
melancólicos
cargan,
en
los
pocos
centímetros
cúbicos
de
su
cuerpo,
con
la
destrucción
de
una
sociedad
completa
que
los
excede
inconmensurablemente.
Si
pudieran
tener
ganas
de
hablar,
dirían
que
cargan
con
toda
la
oscuridad
adentro,
y
debe
de
ser
cierto,
porque
en
invierno,
cuando
las
noches
son
más
largas,
las
melancolías
aumentan;
y
también
es
correcto,
porque
mientras
otros
sentimientos
son
de
colores,
verde
chillón
como
los
celos
o
la
envidia,
rojo
fuerte
como
la
ira
y
la
venganza,
blanco
luminoso
como
el
amor
o
la
creación,
la
melancolía
es
negra:
Melán
kholé
en
griego,
en
latín
atra
bilis,
bilis
negra.
Eso
es una sociedad, y todo lo que se piensa y se siente, en sumo, todo
lo que uno es, está hecho de la sociedad a la que pertenece, de modo
que aquello vaporoso que se llama "el sentido de la vida"
es , sin duda, la pertenencia a alguna sociedad; a esta pertenencia
se le conoce como identidad, amor, amistad, civilidad o política,
según el tamaño de sociedad, que se trate, así como el amor es la
política de la pareja, la política es el amor de las naciones.
Y
todas
éstas
son
las
sociedades
que
se
rompen,
y
a
quien
se
le
rompe
la
suya,
se
le
rompe
todo,
y
se
rompe
él
mismo,
porque
pierde
el
derecho
a
tener
los
ideales,
los
recuerdos,
los
puntos
de
vista
de
la
sociedad
que
lo
expatria.
Las
palabras
y
los
gestos
que
se
reconocía
dejan
de
ser
suyos,
y
ya
no
debe,
y
ya
no
puede
pensar
ni
sentir.
Por
eso,
en
la
Edad
Media,
los
desterrados
se
convertían
en
hombres-lobo:
dejaban,
simplemente,
de
pertenecer
a
la
humanidad.
El
exilio
interno
de
nuestros
melancólicos
contemporáneos
se
puede
notar
en
que
se
aíslan,
se
callan,
andan
mal
vestidos,
y
es
que
saben
que
hablan
un
idioma
que
ya
no
existe
y
creen
cosas
que
ya
no
son
ciertas.
Es
un
castigo
bastante
peor
que
la
muerte,
por
lo
que
algunos
hacen
trampa
y
escogen
el
menos
peor.
Cuando
a
alguien
se
le
derrumba
la
sociedad
en
la
que
tenía
puesta
la
vida,
sea
por
desamor,
pérdida
de
la
juventud,
desahucio
o
fracaso
profesional,
de
repente
ya
no
tiene
a
quién
mirar,
a
quién
decirle,
de
quién
oir.
Los
melancólicos
están
vivos
en
una
sociedad
que
ya
no
existe,
y
por
eso
no
les
interesa
nada,
y
los
puede
uno
ver
moverse
por
la
calle
o
por
la
casa
como
si
estuvieran
perdidos
en
algún
planeta
equivocado,
suspirando
por
el
mundo
que
se
les
escapó.
Ciertamente,
la
melancolía
es
una
nostalgia
sin
objeto,
una
nostalgia
de
lo
irremisible
que
busca
sociedades
perdidas,
y
por
eso
actualmente
tanta
gente
quiere
retornar
a
la
religión
y
a
la
esoteria,
o
lee
novelas
de
caballería
o
novelas
de
"damisería"
como
son
las
biografías
de
Miroslava
o
Tinna
Modotti,
lo
cual
quiere
decir
que
la
melancolía
es
buena
temporada
para
la
investigación
histórica.
La
gente
compra
y
se
fascina
con
cualquier
objeto
que
venga
con
la
garantía
de
haberse
perdido
para
siempre,
como
son
los
diseños,
los
colores,
Humphrey
Bogart,
los
vestidos,
las
películas,
la
arquitectura
de
los
años
cincuenta
para
atrás,
y
los
encendedores
Zippo.
Las
jóvenes
de
veinte
años
no
se
olvidad
de
James
Dean
que
se
murió
hace
cuarenta.
La
vanguardia
es
retro
porque
la
melancolía
es
nostálgica,
y
todo
es
coleccionable
porque
el
futuro
ya
pasó.
La
melancolía es el sufrimiento de cuando se acaban las cosas, y
entonces no es casual que se presente los fines de año y los fines
de semana, y que se recrudezca a fin de siglo y fin de milenio. Sin
embargo, parece ser que actualmente se están acabando también las
razones para vivir en sociedad, como si se estuviera disolviendo el
pegamento que la mantenía unida y duradera: los símbolos comunes,
las creencias, puntos de referencia, ideas y valores con que se
establecían los acuerdos y se habían los compromisos han perdido su
consistencia; por poner el ejemplo de las sociedades de dos: ya no se
acepta que el matrimonio deba ser para siempre por lo que
invariablemente dura mucho menos que eso: la sociedad está disuelta
por anticipado. Ni la religión, ni la ciencia, ni el progreso
funcionan ya como verdades de consenso válidas para todos, de modo
que lo que queda es una pluralidad de verdades privadas, y la
pluralidad sin consenso equivale a deserción, o como se le dice,
individualismo, el cual es la imposibilidad del compromiso: se hace
inaceptable el compromiso de vivir en sociedad, sea la sociedad de
todos o la de dos.
La
cultura está incomunicada, en mitad de un mar de faxes, antenas
parabólicas y teléfonos celulares, y en efecto, nada suena ahora
más cursi que hablar de amor o de amistad, y nada suena más ingenuo
que hablar de civilidad o de política, que son precisamente, los
elementos del acuerdo y de compromiso de vivir en sociedad. Hoy por
hoy, el producto de la pareja ya no es un hijo sino dos desubicados,
y mientras todos tienen amigos-del-trabajo, amigos-del-gimnasio,
amigo-de-los-amigos, nadie tiene amigos; asimismo, la civilidad y
otras gentilezas del tacto y la solidaridad son un cuento que contó
Tocqueville que ya no sirve ni para pedirle una taza de azúcar al
vecino, y la política es bien a bien aquella frivolidad de golpes
bajos a los que se dedican individuos tan lerdos y burdos que sólo
pueden percibir el bulto del poder. La identidad, que es el amor, la
amistad, la civilidad y la política de uno con uno mismo, o sea, la
convicción interna de pertenecer a algo o a alguien, carece del
material con el cual construirse: uno no es nadie. La realidad tiene
menopausia.
La
melancolía es una sociedad extinta, es la infelicidad hasta la pared
de enfrente, y según las últimas cifras, es una estadística
escandalosa por la cantidad de víctimas, especialmente femeninas,
que cobra, hasta 40 por ciento en países desarrollados, como si no
hubiera nada más posmoderno que ser un depresivo. Pero hasta aquí
es sólo la mitad de la historia: la otra mitad recibe el nombre de
creatividad. Ningún deprimido tendrá ánimos para creer lo que
sigue, pero la melancolía es, también, el motor de la cultura, la
materia prima de donde se obtienen nuevas ideas, valores, verdades y
conocimientos. Miguel Angel era dos cosas: un depresivo y el mejor
escultor del Renacimiento; los ensayos de Montaigne están escritos a
la sombra de una depresión de regular calibre; William James se
defendió de la melancolía haciendo la mejor psicología del siglo
XIX. A la oscuración de la Edad Media le sucede el Iluminismo de la
Modernidad. Se entiende por qué la creatividad es melancólica:
quien está contento, satisfecho, orgulloso de su vida es por lo
común un excelente mediocre. Quien está indignado, iracundo,
rabioso, fúrico, es por lo común un ejemplar desfacedor de
entuertos, corrector de anomalías. Pero para necesitar hacer lo que
no tiene caso, por ejemplo sacar cosas de la nada, inventar
creencias, construir valores, descubrir ilusiones, pintar fantasías,
fundar formas de pensar y de sentir y de hablar para poder
comunicarse y tender vínculos que produzcan otra vez el milagro
civilizatorio de hacer aparecer una nueva sociedad donde ya no hay
nada, con los recursos expresivos del arte, la filosofía, la
ciencia, la religión o la vida cotidiana ( que es un arte,
filosofía, ciencia y religión al mismo tiempo), se requiere de
verdad el desamparo del desencanto melancólico. Para crear hay que
carecer. Julia Kristeva dice que la cultura es un acto melancólico;
para darse una idea, basta imaginar a los compositores de boleros.
El
sufrimiento melancólico, el hecho de haber perdido una sociedad, es
tan intenso, sobre todo, porque es inexplicable, ya que el deprimido
no tiene palabras ni puntos de vista para interpretarlo y
comprenderlo, y por eso el sitio en que se encuentra es la negrura y
la oscuridad. En efecto, en el vocabulario común y corriente, lo
negro y lo oscuro se asocia con lo desconocido. Lo que le ha sucedido
al melancólico es que se ha adentrado en esa tierra incógnita. Sin
embargo, cuando logra permanecer allí sin deshacerse, abnegado y
resignado, empieza a poder seguir las formas y los matices de que se
compone esa oscuridad: puede comprender su melancolía; y eso
equivale automáticamente a regresar de ella, revivido y capacitado
para describir los sentimientos, las razones y las novedades que
había allá en ese fondo atrabiliario. De la melancolía se regresa
más sabio, más fuerte, más humilde y más creativo: el melancólico
conoce lo desconocido, porque estuvo allá.
En
el vocabulario común, lo blanco y luminoso se asocia con la
creación, la invención y el descubrimiento, como cuando se saca
algo a la "luz", se echa luz sobre el asunto, se "ilustra",
le queda "claro", y a uno se le "ilumina" la
cara, es decir, y empiezan a ocurrir las ideas y los proyectos, como
sucede con los propósitos de año nuevo que le siguen inmediatamente
a la languidez del año pasado. Puro sentimiento blanco, que viene
del negro. La producción cultural, tanto alta como cotidiana, puesta
en libros, películas, formas de vestirse, sonrisas, teorías,
canciones, cartas, conversaciones, chistes, juegos, recetas de cocina
y ganas de vivir, son el resultado del trance melancólico, y son los
modos en los que se van tramando, entretejiendo los vínculos, nexos,
lazos, de las nuevas fundaciones de sociedades. A toda nueva sociedad
le precede un estado de desamparo; por eso dice Alberoni que para
enamorarse, que es fundar una sociedad de dos, hay que estar un poco
deprimido, como los adolescentes, que tanto les da por hacer ambas
cosas. Y así sucesivamente, para hacer nuevas
amistades o grupos informales, para pactar nuevos estilos de
civilidad y renovar las instituciones políticas, hay que saber qué
es lo que se siente no tener una sociedad en la cual estar vivo. La
paradoja es la de siempre, que lo bonito de la vida se hace de lo
feo.
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