Prof. Lic. Laura M. Banchio publicado el
10 de febrero de 2004
en la Academia de Ciencias Luventicus, El Rosario, Argentina.
Durante el siglo VI a.C. se proyectó sobre toda Grecia, desde el norte tracio, el culto de Dionisos. El mismo se refugió en sectas basadas en textos normativos de carácter ritual y teológico que se presentaban como de inspiración divina, pasando por obras del propio fundador de esta corriente: Orfeo. El relato religioso central del orfismo afirmaba que Dionisos, hijo de Zeus y Perséfona, había recibido siendo niño el gobierno del mundo. Los malignos Titanes se abalanzaron entonces sobre él y Dionisos escapó a fuerza de metamorfosis, hasta que, habiendo adoptado la forma de toro, fue dominado, descuartizado y devorado en pedazos por sus enemigos. Sólo su corazón fue salvado. Zeus lo comió y de él nació el nuevo Dionisos, hijo de Zeus y Semelé, reencarnación del primero. Por su parte, los Titanes fueron exterminados por Zeus mediante un rayo y de sus cenizas nació el género humano, en el que la bondad (herencia de Dionisos) se mezcla con la maldad heredada de los Titanes.
Según el orfismo, el hombre debe tender a liberarse del elemento titánico para retornar en toda su pureza a Dionisos. La distinción entre lo dionisiaco y lo titánico en el hombre se expresa a través de la dualidad cuerpo-alma. El hombre debe aprender a liberarse de las ataduras del cuerpo que encierran a su alma como la cárcel al preso. El camino para alcanzar la liberación recorre múltiples reencarnaciones y consiste en escapar de este eterno retorno al cuerpo mediante la práctica de los ritos órficos, el ascetismo y el desprecio hacia todo lo que ata el hombre a la vida mortal y la corporeidad. Del orfismo, a través de los pitagóricos, tomó Platón su concepción dualista del hombre. También para Platón el hombre es su alma y el cuerpo no es sino una morada transitoria a la que se accede para expiar una culpa.
El hombre es su alma, y el alma es primordialmente razón. Junto a la razón se encuentran las dos partes a-lógicas del alma: la irascible y la concupiscible. Estas dos fuerzas irracionales, que imprimen dinamismo a la vida anímica, pueden conducirla por caminos equivocados, llevando al hombre a vivir una vida indigna, irracional.
La "alegoría de la caverna", pasaje del diálogo La república en el que Platón habla del "estado de nuestra naturaleza según esté o no esclarecida por la educación" (Platón 1988), presupone esta concepción de hombre. El hombre educado es aquél que, comprendiendo que el mundo sensible es sólo una imagen confusa del realmente real, se eleva de lo sensible, mudable y material a lo eterno, inmutable, inteligible e inmaterial, a las ideas; y al hacerlo descubre que está llamado a vivir como un dios, en trato directo con lo eterno.
La alegoría de la caverna
Platón inicia el libro séptimo de La república relatando una historia imaginaria con el fin de clarificar qué es la educación. La misma se conoce como "mito de la caverna" o "alegoría de la caverna".
Un grupo de hombres vive dentro de una caverna. Los separa del mundo exterior un camino escarpado. Ellos, que nunca lo han visto, toman a las sombras por realidad, viviendo así en el error y el engaño. Están tan convencidos de ello que educarlos, es decir, ayudarlos a transitar el camino hacia el exterior, se torna muy difícil. Si a un hombre que vive en la caverna de la ignorancia “se lo obliga a mirar la luz misma del fuego, ¿no herirá ésta sus ojos?” (Platón 1988). El aprendizaje es doloroso. Se necesita esfuerzo para superar las opiniones cotidianas y elevarse a lo que verdaderamente es. Sin embargo, la recompensa vale el esfuerzo: “Si [quien ha salido de la caverna] recordara la antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees que se consideraría dichoso en el cambio y se compadecería de ellos?” (Platón 1988)
El hombre que ha realizado el proceso, que se ha educado, sufre y se confunde al enfrentarse con el mundo superficial y sensible; sus ojos quedan “como cegados por las tinieblas al llegar bruscamente desde la luz del sol” (Platón 1988). Pero, a pesar de ello, el filósofo debe volver a la caverna para iluminar a quienes aun viven en la oscuridad. La educación es vocación para quien ha sido educado, es un llamado que exige renuncia y que no se acepta buscando placer u honor sino soportando las molestias en pos de la superación social de la ignorancia.
La educación es entonces el proceso que permite al hombre tomar conciencia de la existencia de otra realidad, más plena, a la que está llamado, de la que procede y hacia la que se dirige. El hombre educado comprende que esta vida no es sino un paso, un eslabón de una cadena de reencarnaciones que deben aprovecharse para dejar lo sensible en pos de lo inteligible, haciendo el mérito necesario para superar esta condición corporal de modo definitivo.
El hombre es burlado sin siquiera saberlo. Vive en el engaño, despreocupado, ignorante. Pero esa situación no es necesariamente definitiva. El hombre posee los medios para escapar de ella: la razón y la educación. Por eso para Platón “la educación es desalienación, la ciencia es liberación y la filosofía es alumbramiento” (Droz 1992).
REFERENCIAS
Droz, G. 1992 Los mitos platónicos.
Barcelona: Labor, págs. 80, 81.Hirschberger, J. 1982 Historia de la Filosofía.
Barcelona: Herder, tomo I, pág. 86.Rohde, E. 1983 Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos.
Méjico: Fondo de Cultura Económica, pág. 14.Platón 1988 La república.
Buenos Aires: EUDEBA, págs. 381, 382, 383, 384.Platón 1949 La república.
Buenos Aires: Espasa-Calpe, págs. 143-144, 101, 102, 103, 118, 127, 131, 133, 138, 140, 179, 225, 191, 256, 158, 264-265, 272.Platón 1985 Las leyes, Epinomis y El político.
Méjico: Porrúa, págs. 137, 142, 146, 150, 153, 157.