20.1.09

Libertad

Algunas veces me siento carente de amor, de fe y de vida. ¿Hasta cuándo llegará mi sanación?

Tanta gente que sufre, victímas de la necesidad en su lucha por un mejor mañana, buscamos libertad de ser y de expresar.

Que la inteligencia sea libre y filtre el conocimiento hasta nuestra conciencia.



"Tú te quejas de que el hombre sea un lobo para el hombre y, objetivamente hablando, no puedes hacer nada para remediarlo. A fin de cuentas, el sentimentalismo sólo es
una coquetería que, las más de las veces, conduce a la neurosis o al paroxismo político."

Ingmar Bergman, contado por Liv Ullmann en"Senderos" (Changing), autobiografía.

La misteriosa transparencia de lo esencial suele confundirse con el absurdo.
Afortunadamente la vida nos recuerda, antes o después, que está ahí, como la verdad, desnuda debajo de todos los disfraces.

De la Belleza


¿Pero por qué renace el hombre? Más aun, ¿por qué podemos decir que, 20 siglos antes, Grecia vio nacer al hombre? ¿Tal vez porque fue Protágoras quien dijo que el hombre era “la medida de todas las cosas”? ¿Tal vez porque Platón y Aristóteles cimentaron las bases del pensamiento humano universal?

Es un hecho que esa gloriosa pléyade de filósofos se formuló todas las preguntas y, sin entrar a valorar sus juicios, nos legó un buen número de respuestas y de puertas abiertas a nuevas preguntas. La Grecia de estos genios era también la Grecia del culto a la Belleza, a la Verdad y a la Bondad -conceptos que Platón unificaba- y la del hombre como ser supremo. Porque ¿qué eran los dioses griegos sino hombres? Y los héroes griegos, ¿no eran acaso hombres? ¿y no desafiaron a los dioses? ¿y no vencieron el tiempo, como lo hicieron tan humanos dioses?

¿Por qué armonía, orden, proporción, simetría o euritmia obsesionaron a la civilización helénica? Y luego a tantas otras, a las que -incluso después de haber sido conquistada- Grecia derrotó mediante la imposición de su cultura.

Al igual que los griegos, los humanistas del Renacimiento eran hombres, perseguían la belleza y buscaban la verdad. Para ser francos, esto es lo único que, quizá, haya unido a prácticamente todos los hombres de todas las épocas.

Sí, es cierto que las consecuencias de esta búsqueda no fueron siempre positivas. La herencia platónica afloró en la iglesia medieval, que identificaba a dios con la belleza, dogmatizándola. Y no menos dogmático fue el Academicismo Clasicista, que reprimió la libertad expresiva de centenares de artistas. Pero la búsqueda de la belleza siguió siendo una prioridad para el hombre. Y vinieron los impresionistas, y los postimpresionistas, y las vanguardias, que nos hicieron ver una belleza multiforme y relativa. Más aún, hoy tenemos claro que la belleza es una construcción mental, como ya intuía el viejo Kant. ¿Pero, ahora mismo, dónde está la belleza?

Todas las definiciones que de la belleza hemos dado han sido incompletas, pero en estos momentos tampoco tenemos claro que su búsqueda sea una prioridad. Desde que se ha desligado del arte, y desde que todo vale, hemos perdido los criterios para juzgarla y las ganas para buscarla. Hay una cosa peor que la imposición intransigente de un criterio único: la falta de criterio. Es necesario saber lo que uno busca para poder encontrarlo, y si uno no busca nada, ¿qué encuentra? ¿El caos? ¿Ese caos contra el que se rebelaron la civilización helénica y la cultura renacentista? ¿Y contra el que se rebela el esteta, a menudo tachado de superficial, buscando la perfecta armonía en este mundo de terribles disonancias?

Pero, ¿cuándo perdimos el rumbo? ¿Tal vez tenga algo que ver nuestro ficticio apartamiento de la sociedad jerárquica del pasado? Digo ficticio, antes de que ser tildado de clasista, porque lo único que ha cambiado es la fachada, que ahora oculta el entramado de sinsentidos, discriminaciones e injusticias que antes exhibía. Gombrich lo tiene claro:

Estamos acostumbrados a desdeñar el esnobismo, la pretensión de cultura en aras de la elevación en sociedad, pero lo que empieza como pretensión a menudo acaba siendo auténtico, al menos en una segunda ganeración. El esnobismo, en este sentido más amplio, quizá fuera uno de los motores más poderosos para mantener en marcha la cultura. Proporcionó la presión social que indujo a la gente a aprender la reserva de símbolos o imágenes comunes llamada cultura…

Sabiendo, como sabemos, que el mundo sigue lleno de esnobs, ¿cuál es la diferencia? Pues que la falta de criterios hace prescindible el aprendizaje cultural para el esnob. No es necesario que se eduque en nada, basta con que pague por símbolos cuya pretendida calidad sea, más bien, una falacia. Como todo vale, el único requisito es que el márketing haya hecho del objeto de nuestra compra un artículo “elegante”, y como la cultura ya no tiene valor como indicador social -cada día le importa a menos gente y en menor grado- todo es tan sencillo como consumir y sonreír.

Sin embargo, no todo está perdido, siempre que actuemos en consecuencia y tratemos de reestablecer la importancia de la cultura sin reencumbrar la rancia sociedad jerárquica de antaño. Para quienes saben leerlo, el futuro siempre está escrito, como lo estuvo en el Renacimiento, en nuestro pasado. Es necesario recuperar -para lo material y para lo inmaterial- el buen gusto, el rechazo de la vulgaridad, el placer de observar y reflexionar… Es necesario, digo, ese criterio, el contexto en que buscar la belleza, que es, para mí como para Keats, lo verdadero.