21.9.12

Grandes fotógrafos de moda: Guy Bourdin, Stephen Meisel, Helmut Newton

Lo Mismo y lo Otro

Siempre me sorprende lo que el ingenio y el arte logran hacer con la materia.

Como explicó Juan Muñoz: "Sólo tienes un mundo material para explicar otro mundo material, y el espacio interticial es el terreno del significado" (Conversaciones entre Juan Muñoz y James Lingwood, Monólogos y diálogos. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 1996)

Guy Bourdin











 Stephen Meisel





 Helmut Newton






"La búsqueda del Otro es una y huir de la novedad de nuestro Yo cambiante"
 Thomas McEvilley

...escalofrío...





¡Hay cosas peores que la muerte, ese escalofrío que me da el sinsentido… ? 


¿necesito estructurar mis pensamientos para encontrar sentido del absurdo?




Sobre la melancolía...


Un artículo que me parece muy bueno, sobre la melancolía como un estado de ánimo en el que sientes el sinsentido de la vida para luego encontrarlo, luego del salir del hoyo, del fango, del vacío hacia la vida y disfrutar...vivir.
"La melancolía: una depresión cultural." En La jornada semanal núm. 254, 25 abril, 1994.

La melancolía es el dolor peor, porque es el dolor de vivir, de tener el cuerpo vivo cuando la realidad se ha muerto; y entonces el alma duele en el cuerpo. Es el vacío o la nada que se mete tras la piel ocupando todo, de tal manera que ya no caben ahí ni las medicinas, ni las explicaciones, ni la esperanza, ni las ganas de sanarse. Se está alegre por algo, se está triste por algo, y eso se puede arreglar, pero se está melancólico precisamente pornada. 
La melancolía no tiene causas porque surge cuando se acaban las causas. Es relativamente cómodo cargar con un estómago ulcerado porque cuando menos hay suficiente espacio dentro del cuerpo, pero los melancólicos cargan, en los pocos centímetros cúbicos de su cuerpo, con la destrucción de una sociedad completa que los excede inconmensurablemente. Si pudieran tener ganas de hablar, dirían que cargan con toda la oscuridad adentro, y debe de ser cierto, porque en invierno, cuando las noches son más largas, las melancolías aumentan; y también es correcto, porque mientras otros sentimientos son de colores, verde chillón como los celos o la envidia, rojo fuerte como la ira y la venganza, blanco luminoso como el amor o la creación, la melancolía es negra: Melán kholé en griego, en latín atra bilis, bilis negra.

Eso es una sociedad, y todo lo que se piensa y se siente, en sumo, todo lo que uno es, está hecho de la sociedad a la que pertenece, de modo que aquello vaporoso que se llama "el sentido de la vida" es , sin duda, la pertenencia a alguna sociedad; a esta pertenencia se le conoce como identidad, amor, amistad, civilidad o política, según el tamaño de sociedad, que se trate, así como el amor es la política de la pareja, la política es el amor de las naciones.

Y todas éstas son las sociedades que se rompen, y a quien se le rompe la suya, se le rompe todo, y se rompe él mismo, porque pierde el derecho a tener los ideales, los recuerdos, los puntos de vista de la sociedad que lo expatria. Las palabras y los gestos que se reconocía dejan de ser suyos, y ya no debe, y ya no puede pensar ni sentir. Por eso, en la Edad Media, los desterrados se convertían en hombres-lobo: dejaban, simplemente, de pertenecer a la humanidad. El exilio interno de nuestros melancólicos contemporáneos se puede notar en que se aíslan, se callan, andan mal vestidos, y es que saben que hablan un idioma que ya no existe y creen cosas que ya no son ciertas. Es un castigo bastante peor que la muerte, por lo que algunos hacen trampa y escogen el menos peor.
 
Cuando a alguien se le derrumba la sociedad en la que tenía puesta la vida, sea por desamor, pérdida de la juventud, desahucio o fracaso profesional, de repente ya no tiene a quién mirar, a quién decirle, de quién oir. Los melancólicos están vivos en una sociedad que ya no existe, y por eso no les interesa nada, y los puede uno ver moverse por la calle o por la casa como si estuvieran perdidos en algún planeta equivocado, suspirando por el mundo que se les escapó. Ciertamente, la melancolía es una nostalgia sin objeto, una nostalgia de lo irremisible que busca sociedades perdidas, y por eso actualmente tanta gente quiere retornar a la religión y a la esoteria, o lee novelas de caballería o novelas de "damisería" como son las biografías de Miroslava o Tinna Modotti, lo cual quiere decir que la melancolía es buena temporada para la investigación histórica. La gente compra y se fascina con cualquier objeto que venga con la garantía de haberse perdido para siempre, como son los diseños, los colores, Humphrey Bogart, los vestidos, las películas, la arquitectura de los años cincuenta para atrás, y los encendedores Zippo. Las jóvenes de veinte años no se olvidad de James Dean que se murió hace cuarenta. La vanguardia es retro porque la melancolía es nostálgica, y todo es coleccionable porque el futuro ya pasó.

La melancolía es el sufrimiento de cuando se acaban las cosas, y entonces no es casual que se presente los fines de año y los fines de semana, y que se recrudezca a fin de siglo y fin de milenio. Sin embargo, parece ser que actualmente se están acabando también las razones para vivir en sociedad, como si se estuviera disolviendo el pegamento que la mantenía unida y duradera: los símbolos comunes, las creencias, puntos de referencia, ideas y valores con que se establecían los acuerdos y se habían los compromisos han perdido su consistencia; por poner el ejemplo de las sociedades de dos: ya no se acepta que el matrimonio deba ser para siempre por lo que invariablemente dura mucho menos que eso: la sociedad está disuelta por anticipado. Ni la religión, ni la ciencia, ni el progreso funcionan ya como verdades de consenso válidas para todos, de modo que lo que queda es una pluralidad de verdades privadas, y la pluralidad sin consenso equivale a deserción, o como se le dice, individualismo, el cual es la imposibilidad del compromiso: se hace inaceptable el compromiso de vivir en sociedad, sea la sociedad de todos o la de dos.

La cultura está incomunicada, en mitad de un mar de faxes, antenas parabólicas y teléfonos celulares, y en efecto, nada suena ahora más cursi que hablar de amor o de amistad, y nada suena más ingenuo que hablar de civilidad o de política, que son precisamente, los elementos del acuerdo y de compromiso de vivir en sociedad. Hoy por hoy, el producto de la pareja ya no es un hijo sino dos desubicados, y mientras todos tienen amigos-del-trabajo, amigos-del-gimnasio, amigo-de-los-amigos, nadie tiene amigos; asimismo, la civilidad y otras gentilezas del tacto y la solidaridad son un cuento que contó Tocqueville que ya no sirve ni para pedirle una taza de azúcar al vecino, y la política es bien a bien aquella frivolidad de golpes bajos a los que se dedican individuos tan lerdos y burdos que sólo pueden percibir el bulto del poder. La identidad, que es el amor, la amistad, la civilidad y la política de uno con uno mismo, o sea, la convicción interna de pertenecer a algo o a alguien, carece del material con el cual construirse: uno no es nadie. La realidad tiene menopausia.

La melancolía es una sociedad extinta, es la infelicidad hasta la pared de enfrente, y según las últimas cifras, es una estadística escandalosa por la cantidad de víctimas, especialmente femeninas, que cobra, hasta 40 por ciento en países desarrollados, como si no hubiera nada más posmoderno que ser un depresivo. Pero hasta aquí es sólo la mitad de la historia: la otra mitad recibe el nombre de creatividad. Ningún deprimido tendrá ánimos para creer lo que sigue, pero la melancolía es, también, el motor de la cultura, la materia prima de donde se obtienen nuevas ideas, valores, verdades y conocimientos. Miguel Angel era dos cosas: un depresivo y el mejor escultor del Renacimiento; los ensayos de Montaigne están escritos a la sombra de una depresión de regular calibre; William James se defendió de la melancolía haciendo la mejor psicología del siglo XIX. A la oscuración de la Edad Media le sucede el Iluminismo de la Modernidad. Se entiende por qué la creatividad es melancólica: quien está contento, satisfecho, orgulloso de su vida es por lo común un excelente mediocre. Quien está indignado, iracundo, rabioso, fúrico, es por lo común un ejemplar desfacedor de entuertos, corrector de anomalías. Pero para necesitar hacer lo que no tiene caso, por ejemplo sacar cosas de la nada, inventar creencias, construir valores, descubrir ilusiones, pintar fantasías, fundar formas de pensar y de sentir y de hablar para poder comunicarse y tender vínculos que produzcan otra vez el milagro civilizatorio de hacer aparecer una nueva sociedad donde ya no hay nada, con los recursos expresivos del arte, la filosofía, la ciencia, la religión o la vida cotidiana ( que es un arte, filosofía, ciencia y religión al mismo tiempo), se requiere de verdad el desamparo del desencanto melancólico. Para crear hay que carecer. Julia Kristeva dice que la cultura es un acto melancólico; para darse una idea, basta imaginar a los compositores de boleros.

El sufrimiento melancólico, el hecho de haber perdido una sociedad, es tan intenso, sobre todo, porque es inexplicable, ya que el deprimido no tiene palabras ni puntos de vista para interpretarlo y comprenderlo, y por eso el sitio en que se encuentra es la negrura y la oscuridad. En efecto, en el vocabulario común y corriente, lo negro y lo oscuro se asocia con lo desconocido. Lo que le ha sucedido al melancólico es que se ha adentrado en esa tierra incógnita. Sin embargo, cuando logra permanecer allí sin deshacerse, abnegado y resignado, empieza a poder seguir las formas y los matices de que se compone esa oscuridad: puede comprender su melancolía; y eso equivale automáticamente a regresar de ella, revivido y capacitado para describir los sentimientos, las razones y las novedades que había allá en ese fondo atrabiliario. De la melancolía se regresa más sabio, más fuerte, más humilde y más creativo: el melancólico conoce lo desconocido, porque estuvo allá.

En el vocabulario común, lo blanco y luminoso se asocia con la creación, la invención y el descubrimiento, como cuando se saca algo a la "luz", se echa luz sobre el asunto, se "ilustra", le queda "claro", y a uno se le "ilumina" la cara, es decir, y empiezan a ocurrir las ideas y los proyectos, como sucede con los propósitos de año nuevo que le siguen inmediatamente a la languidez del año pasado. Puro sentimiento blanco, que viene del negro. La producción cultural, tanto alta como cotidiana, puesta en libros, películas, formas de vestirse, sonrisas, teorías, canciones, cartas, conversaciones, chistes, juegos, recetas de cocina y ganas de vivir, son el resultado del trance melancólico, y son los modos en los que se van tramando, entretejiendo los vínculos, nexos, lazos, de las nuevas fundaciones de sociedades. A toda nueva sociedad le precede un estado de desamparo; por eso dice Alberoni que para enamorarse, que es fundar una sociedad de dos, hay que estar un poco deprimido, como los adolescentes, que tanto les da por hacer ambas cosas. Y así sucesivamente, para hacer nuevas amistades o grupos informales, para pactar nuevos estilos de civilidad y renovar las instituciones políticas, hay que saber qué es lo que se siente no tener una sociedad en la cual estar vivo. La paradoja es la de siempre, que lo bonito de la vida se hace de lo feo.