4.8.10

CALIGRAFÍA DE LAS COSAS

(Me encontré con algunos artículos de la revista sobre fotografía Luna Córnea, el siguiente artículo viene en el número 5 Naturaleza Muerta. Lo he pegado aquí para tener un resguardo de poder hacer un apunte sobre lo que podría considerarse una especie de fotografía zen, si es que cabe el término)

1. Los retratos de cosas, que no naturalezas muertas, ocurren en el suelo, en las que no son o parecen márgenes del patio. A ras del ojo, repollo, rastrojo y carrizo, lazo, escoba, comal y agua son por delante de la creencia, la cosa misma, su poder de alma en la cosa. Su significado, la creencia, está en la imagen misma.
En este sentido, las fotos de Maruch Sántiz Gómez son iconografía, la representación de un conocimiento. En tzotzil, la imagen no necesita explicación, le basta llamarse. Tzu, o calabaza en el umbral; invoca al perro perdido.
No hace falta señalar la belleza formal de estas fotografías. Siguen sencillez incorporan la belleza de cada objeto que producen a la sustancia del entorno. La obstinación de la mujer tzotzil por bordar su vestimenta, coser la lana de su falda, obedece a un joie de vivre, también manifesto en las viviendas, en la disposición de las precarias pertenencias de su vida rural, la caligrafía que dan a los objetos.


2. ¿Qué hace a la obra de arte? ¿Su construcción armónica en el espacio de gracia, donde nada falta, nada sobra? La soga de Maruch es un soneto de Quevedo, comparte la misma exactitud de sílabas, la misma entonación en el recuerdo. La fronda seca de una rama invertida es ya historia toda de hechizos y casas barridas a deshoras, polvareda de la equivocación, lo que los clásicos llamarían un “drama rural”, la fatalidad desatada.
Maruch llegó, cámara de por medio, justo al tiempo de Cézanne en la casa del ahorcado.
Pero ¿ella qué? Nada más registran en su código fotográfico las creencias habituales de su pueblo, los sencillos y gélidos objetos que llenan de calor los signos de la vida. Ni que fuera para tanto.

3. ¿A qué movimiento histórico, que no vemos, pertenece Maruch Sántiz Gómez, escritora tzotzil, fotógrafa conceptual, campesina chamula de 19 años que divide su mundo entre el paraje de Cruztón y San Cristóbal de las Casas, entre su casa rumbo a Tenejapa y la compañía Sna Jtz’ibajom, de actores y escritores tzeltales y tzotziles, dedicados al fortalecimiento de las culturas mayas?
Hoy que surgen intelectuales y artistas indígenas por todo México, dirigentes políticos y profesionistas de primer nivel, Maruch Sántiz se inscribe como alguien más en la portentosa diacronía que recorre el mundo indígena del país.
La cultura mesoamericana saldrá del siglo XX potenciada por un renacimiento que nadie hubiera supuesto, con la promesa de un inesperado siglo XXI marcado por la inteligencia, la imaginación y la modernidad. Una lucidez que no resulta tan silvestre, pero tampoco necesariamente incumbe a la cultura dominante, urbana y mestizo-occidental, la cual cree que todo le incumbe y a ella se debe. México deberá acostumbrarse a esta revolución. Por lo menos a está.

4. El arte moderno se ha preocupado por las texturas, y hoy que busca materializarse en instalaciones recibe las texturas por añadidura, merced a los objetos que instala. La representación casi zen de Maruch, compuesta de suelo, una cesta con chiles secos y la criba de su somra (Sbek’ ich) remite, por el camino de la prohibición (“malo sonar las semillas del chile”) al crepitar de sombra que, en su mudez inmóvil, sentimos escuchar.
Las imágenes de Maruch Sántiz son hospitalarias, no nos andan regateando su sentido, y menos aún sus apariencias.
En el pensamiento tzotzil, el concepto está en la cosa. Ni siquiera Dios es abstracto; por eso los misioneros, en su cerrazón colonial, los consideran paganos.
La prohibición va implícita entre el tarro del agua, y las tortillas trazadas sobre el comal, un comal luminoso, lunar. El tizón y las cenizas sobre la tierra son el firmamento, un delicado apocalipsis sideral.

5. La esfera rural de los tzotziles aún no alcanza, pese a los esfuerzos públicos y privados, el paraíso de los desechables industriales. Aquí los objetos no son desechables. Una lata abierta dura años en servicio, una bolsa de plástico tiene ocho vidas.
La carga práctica y simbólica de cada cosa, como los parajes, es muy grande. En el campo tzotzil, cada recodo del camino tiene nombre, su propia lumbre; ciertas piedras grandes, las lomas y promontorios, los agujeros del terreno. Y una vida. Cada cosa tiene vida propia. Las patas muertas de un pollo hablan de niños vivos, un pollo vivo y las garras inescapables del castigo.

6. The Chiapas Photograph Project en este caso cumple con su papel de transmisor de un know now técnico para el desarrollo de lenguajes autónomos. Los administradores indigenistas han llamado a esto “transferencia de medios”.
A contracorriente de la expoliación que caracteriza las relaciones entre la cultura dominante y las culturas indígenas, el proyecto es una aportación a las culturas indígenas que equivale al taller literario que dirige el escritor nhañú Jesús Salinas en Oaxaca, donde autores indígenas de varias lenguas construyen mediante computadoras la escritura de su idioma.
La escritura es nueva en tzotzil. Desde que la escritura maya se perdió en la noche de los siglos, la ancha heredad mayense en Guatemala y México ha vivido sólo de palabra hablada. ¿No es una revolución cultural que de pronto esta palabra se escriba, irrumpa en las páginas y los diskets?
Así la captura fotográfica. A partir de ahora no sólo serán recolectados por la foto etnográfica, o turística; los tzotziles pueden ser recolectores. No sólo mirables y mirados, sino contempladores ellos mismos, generadores de imágenes en sus propios términos.

7. El lenguaje universal de la fotografía, como todos los instrumentos de la técnica (video, computadoras, cine, estudio de grabación sonora) llega siempre, más temprano que tarde, a la evidencia de no ser ningún esperanto. En manos del verdadero artista, la técnica adquiere un acento único, nuevo y revelador, dice lo que nadie más podría decir.
Maruch Sántiz Gómez, de Cruztón, Chamula, no lejos del santuaro de Tzontehuitz, accede, sola y su magia, al corazón secreto de las cosas, y las revela. En la mirada trae su forma.
Maruch Sántiz no es la primera en retratar las cosas, pero lo hace como si fuera. Tampoco Cézanne fue el primer hombre que veía una manzana.

Maruch (Marín) Sántiz Gómez nació en Cruztón, Chiapas. Con sus escasos diecinueve años, Maruch es actriz y escritora en lengua tzotzil. Las imágenes que presentamos a continuación forman parte de su proyecto de investigación de 47 creencias ancestrales. El objetivo último, asegura Maruch, es lograr que estos conocimientos no se extingan.

HERMANN BELLINGHAUSEN



Pueden ver su serie Creencias en la galería de Zone Zero, click en http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/maruch/indexsp.html


Para evitar que caigan granizos grandes

Secreto para evitar que caigan granizos grandes: se recogen trece granizos y se empiezan a moler en el metate, utilizando como mano de metate el palo de tejer.

A Manuel Álvarez Bravo !!

Muchacha viendo pájaros, 1931



CARA AL TIEMPO de Octavio Paz
a Manuel Álvarez Bravo



Fotos,

tiempo suspendido de un hilo verbal:

Montaña negra/nube blanca.

Muchacha viendo pájaros.

Los títulos de Manuel

no son cabos sueltos:

son flechas verbales,

señales encendidas.


El ojo piensa,
el pensamiento ve,
la mirada toca,
las palabras arden:
Dos pares de piernas,
Escala de escalas,
Un gorrión, ¡claro!,
Casa de lava.

Instantánea
y lente mente:
lente de revelaciones.

Del ojo a la imagen al lenguaje
(ida y vuelta)
Manuel fotografía
(nombra)
esa hendedura imperceptible
entre la imagen y su nombre,
la sensación y la percepción:

el tiempo.

La flecha del ojo
justo
en el blanco del instante.
Cuatro blancos,
cuatro variaciones sobre un trapo blanco:
lo idéntico y lo diferente,
cuatro caras del mismo instante.

Las cuatro direcciones del espacio:
el ojo es el centro.

El punto de vista
es el punto de convergencia.

La cara de la realidad,
la cara de todos los días,
nunca es la misma cara.

Eclipse de sangre:
la cara del obrero asesinado,
planeta caído en el asfalto.
Bajo las sábanas de su risa
esconden la cara
Las lavanderas sobrentendidas,
grandes nubes colgadas de las azoteas.

¡Quieto, un momento!
El retrato de lo eterno:
en un cuarto oscuro
un racimo de chispas
sobre un torrente negro
(el peine de plata
electriza un pelo negro y lacio).

El tiempo no cesa de fluir,
el tiempo
no cesa de inventar,
no cesa el tiempo
de borrar sus invenciones,
no cesa
el manar de las apariciones.

Las bocas del río
dicen nubes,
las bocas humanas
dicen ríos.

La realidad tiene siempre otra cara,
la cara de todos los días,
la que nunca vemos,
la otra cara del tiempo.

Manuel:
préstame tu caballito de palo
para ir al otro lado de este lado.

La realidad es más real en blanco y negro.



Las palabras en cursiva son títulos de fotografías de Manuel Álvarez Bravo.


Tomado del libro Vuelto: Seix Barral, México, 1976.



El ensueño, 1931





LA LUZ ES MI CABALLO DE BATALLA
de Alberto Blanco

a don Manuel Álvarez Bravo

I

Una puerta abierta:
una puerta cerrada.

Así es la vida: cuatro paredes
erigidas bajo el blanco cielo.

La sombra se da a la fuga en pleno día
a la velocidad de la luz en la mirada.

II

La casa, el taller, la escuela,
la cárcel, el cuartel, la iglesia...

¿Cuántas veces no me quise escapar
de esos muros que me tenían retenido,
con las crines electrizadas por un rayo
y los ojos encendidos por toda lámpara?

III

Y aunque quise ser como una nube altísima
sin brújulas ni mapas que me orientaran
siempre hubo en mi vida un árbol verde
con las raíces bien plantadas en los sueños
que me supo escuchar con su dulce sombra
y me dio la luz de sus hojas para otras batallas.


Paisaje y galope, 1932